Es tan inhabitual como necesario que en el escenario político y sindical alguien decida desnudar sus propios errores. Facundo Moyano, distanciándose de la habitual soberbia sindical, puso sobre la mesa una reflexión que es, en realidad, una dura condena a una dirigencia acostumbrada a moverse en las sombras del poder.
Moyano admitió ser parte del desastre. Sus palabras no son más que el reflejo de una CGT que parece haber olvidado su rol histórico de representación de los trabajadores para pasar a una lógica de negociaciones que, a menudo, coquetean con la complacencia política. Este paro general, convocado en medio de una tormenta socioeconómica que azota sin piedad a la Argentina, no debería ser visto como un episodio aislado. Es la consecuencia directa de una CGT que, otrora bastión de los derechos laborales, hoy parece tambalear en su puño cerrado.
Apuntar contra el gobierno de Alberto Fernández es, por supuesto, un acto que encierra muchas lecturas. ¿Es acaso una maniobra crítica o una estrategia de diferenciación política? Lo cierto es que el reconocimiento de Moyano de haber sido parte del caos que acosa al país es un acto de honestidad brutal que debería hacernos pensar. El movimiento sindical y la clase trabajadora merecen una dirigencia que no solo convoque paros, sino que también construya caminos hacia una Argentina donde el diálogo social no sea solamente una frase de buen tono en discursos desgastados.
Pero no nos engañemos, la autocrítica tiene que ser más que palabras. Requiere de una transformación tangible de prácticas y actitudes. Facundo Moyano deja en evidencia que aún en las entrañas del sindicalismo hay quienes entienden que las estrategias del pasado son ineficaces ante los desafíos del presente. Cabe preguntarse si esta será una luz que alumbre un nuevo camino o solo un fogonazo en una noche larga y sin estrellas.
En última instancia, podemos interpretar estas declaraciones como la punta de lanza de una nueva generación dispuesta a cuestionar y a renovar. Esto no debe ser una amenaza para la CGT, sino una oportunidad. La renovación puede ser un proceso doloroso, pero es esencial. Si esto es solo retórica o el inicio de un cambio real, el tiempo y las acciones serán los que dictaminen el veredicto.
La CGT está en la encrucijada y los trabajadores observan con expectativas. La autocrítica de Moyano, aunque dolorosa, es necesaria. Ahora bien, el paso siguiente debe ser una acción decidida hacia el cambio, la transparencia y la verdadera representatividad. Solo así, podrán recuperar el respeto y la confianza de aquellos a quienes deben su existencia: los trabajadores.