El Devenir de las Ganancias: Un Vistazo Perspicaz a la Retórica Fiscal

El gobierno, en un acto tan predecible como las oscilaciones de la economía que lo caracteriza, ha decidido que es el momento oportuno para enviar al Congreso un nuevo compendio tributario. Este martes promete marcar el inicio de lo que será denominado, con una sutileza que roza lo irónico, «Ley de impuesto a los Ingresos Personales». La medida busca replantear, una vez más, el destino fiscal de la clase asalariada, manifiesto desde la impronunciable cuarta categoría hasta las esferas más encumbradas del ingreso personal.
La administración de turno parece dejar de lado, con la destreza de un prestidigitador político, la reforma que no hace mucho llevaba el sello de Sergio Massa. Ese cambio, que en su momento fue aplaudido como un alivio para los bolsillos de aproximadamente 800.000 contribuyentes, parece desvanecerse en el aire más frívolo de la pampa. Aquellos que respiraron aliviados, encontrándose súbitamente fuera del alcance del fisco, podrían verse nuevamente encadenados al ineludible destino de contribuir al engranaje estatal.
Esta nueva iniciativa no es, por supuesto, mera coincidencia ni un acto de improvisación. Está cuidadosamente coreografiada en un tango de necesidades y urgencias fiscales. Refleja la eterna danza argentina entre inflación y recaudación, donde el Gobierno parece moverse al compás de un bandoneón desafinado por las presiones económicas.
Como un García Márquez de la economía, uno podría llamarla, a falta de realismo mágico, surrealismo fiscal. El Gobierno parece buscar en los bolsillos de los trabajadores la solución a la crónica falta de liquidez que atormenta las arcas nacionales. Y así, mientras los asalariados observan con aprensión el avance de la reforma, el sector público se regocija en la posibilidad de un incremento en la recaudación.
Los expertos, haciendo gala de ecuanimidad, advierten que cualquier cambio impositivo debe ir acompañado de una reflexión profunda sobre la eficiencia del gasto público; un caballito de batalla que a menudo es ensillado, pero rara vez domado. No obstante, en un país donde la certeza económica es tan esquiva como una quimera, los cambios impositivos son recibidos con la misma calidez que un agosto pampeano.
Los contribuyentes, armados con sus calculadoras y facturas, se disponen a interpretar las nuevas reglas de un juego que parece tener tantas vueltas como la Avenida de Mayo. El escepticismo reina, al tiempo que la esperanza de una mayor equidad impositiva lucha por emerger entre las brumas de la incertidumbre.
Esta nueva norma, entonces, se asoma en el horizonte legislativo, amenazante y cargada de interpretaciones. El Gobierno, con la argucia de un consumado ajedrecista, mueve su peón en un tablero donde la estrategia fiscal parece dictada más por la necesidad que por el convencimiento ideológico. Queda por verse si este nuevo capítulo en la saga tributaria ofrecerá un alivio real o será otro eslabón en la pesada cadena que ya arrastran los contribuyentes argentinos.
La política y la economía, esas viejas cómplices de la realidad argentina, están, como siempre, listas para escribir el próximo capítulo. Uno espera, con la paciencia de Job y la cautela de un viejo lobo de mar, que no sea un acto de piratería fiscal.

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