La jugada Judicial de Milei

“La jugada judicial de Milei: pragmatismo y política pura”

En las recientes declaraciones del presidente Javier Milei defendiendo la nominación de Ariel Lijo para la Corte Suprema, encontramos un episodio que destila los atributos más distintivos de su administración: el pragmatismo radical mezclado con una comunicación cruda y polarizante. La elección de Lijo no es caprichosa; es calculada y reveladora. Profundicemos en lo que esta nominación dice sobre el enfoque de Milei hacia el poder judicial y su visión política general.

Milei subraya que la «ventaja relativa» de Lijo radica en su profundo entendimiento de la maquinaria judicial argentina. Aquí el presidente no solo enfatiza la competencia técnica de su candidato, sino también la necesidad de una reforma judicial que prometa eficiencia y celeridad. Este no es un discurso trivial. En un contexto donde la justicia es percibida como un laberinto lento y, a menudo, inefectivo, prometer agilidad es tanto una declaración de intenciones como un gesto astuto hacia la base electoral de Milei, harta de la burocracia estatal.

Pero es en la frase «yo no necesito una corte adicta: yo tengo el culo limpio» donde Milei se distingue, no solo en el contenido sino en la forma. Es una defensa anticipada contra las acusaciones habituales de buscar manipular la Corte para fines personales o políticos. Utilizando un lenguaje que algunos podrían considerar vulgar, Milei apela a su audiencia de manera directa, evitando el léxico cuidadoso de la política tradicional. Esto es típico de su estilo: la directividad que, aunque polémica, es celebrada por sus seguidores como un soplo de transparencia en la política.

Analíticamente, es crucial entender esta maniobra no solo en términos jurídicos sino también políticos. La afirmación de independencia judicial de Milei debe ser leída como una estrategia de legitimación frente a las críticas y como un método para consolidar su imagen de reformador disruptivo. En la práctica, la independencia prometida será probada por las decisiones futuras de la Corte bajo Lijo, si es confirmado, y estas serán clave para evaluar la sinceridad y el impacto real de la retórica de Milei.

Otra dimensión a considerar es cómo esta movida afectará la relación de Milei con otras ramas del gobierno y la recepción entre la oposición y los medios. Al proponer a alguien ‘de sistema’ como Lijo, Milei está jugando dentro de los márgenes de lo convencional, pero envuelto en una narrativa de anticorrupción y eficacia que busca redefinir esos mismos márgenes.

En conclusión, el caso de Lijo encarna una faceta central de la presidencia de Milei: un enfoque de gobernanza que se esfuerza por reformar desde dentro, mientras desafía ostensiblemente las normas y expectativas tradicionales sobre cómo un presidente debe actuar y hablar. Es un equilibrio delicado entre el cambio sistémico y la política espectáculo, cuya eficacia y sinceridad serán, sin duda, juzgadas en los próximos años.

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